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Marilyn Monroe |
Salvando las distancias con sus grandes éxitos a todo color, Niebla en el alma quizá sea su mejor trabajo a nivel interpretativo, algo en lo que la propia Marilyn estaba de acuerdo. Este melodrama de bajo presupuesto, donde se rodaba una sóla toma de cada escena, supuso para ella el primer rol protagonista. También fue el debut cinematográfico de Anne Bancroft, a la que recordamos por dar vida, años después, a la señora Robinson de El graduado.
Como faltaba algún tiempo para el descubrimiento definitivo de su poderío cautivador ante las cámaras y su conversión en la rubia platino que fuera icono sexual del siglo XX, esta película de 1952 le brindó la posibilidad de meterse en la piel de una niñera perturbada mental.
Tan vulnerable como ella lo fue en la vida real, el desengaño con Jed (interpretado por Richard Widmark) desencadena su declive, no sin antes conseguir de forma involuntaria que él se reconozca como un ser insensible y desconfiado, despreocupado del dolor ajeno, lo que le lleva a reaccionar para no perder lo que más le importa.
Tras esta cinta, llegaría para Marilyn una larga lista de títulos de éxito y una fulgurante carrera en la que hubo de sostener su papel de sex-simbol dentro y fuera de la pantalla, sin importar demasiado a los estudios (que se sirvieron de ella como una máquina de hacer dinero), sus más o menos destacables dotes interpretivas.
Por eso, al verla en Niebla en el alma, no puedo evitar que despierte en mí ternura y lástima a partes iguales, dejando aparcada, por un momento, la imagen perpetua del mito erótico que fue, es y será.