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Olivia de Havilland |
Anticipo a quien esté leyendo, mi consciente falta de imparcialidad ante Olivia de Havilland. No me considero un mitómano irracional al uso, pero me niego a ser objetivo con quien, a sus 94 años, sigue siendo una de las pocas grandes, con mayúsculas, del Hollywood dorado.
Esta japonesa accidental nacida en Tokio, donde su padre estaba trabajando durante un tiempo, fue descubierta en una representación teatral de aficionados por el productor y director Max Reinhardt. Pareja de Errol Flynn en varios títulos de aventuras de éxito, también se le recuerda en muchos papeles de mujer bondadosa, ingenua y sacrificada por la felidicidad ajena. No obstante, eso no ha impedido que, gracias a su empeño y buen hacer, fuera capaz de convencernos en otros registros, lo que sucede en alguna de sus mejores peliculas como Nido de víboras, A través del espejo ó Canción de cuna para un cadaver.
Sin ser fea, nunca alcanzó la fama por su cara bonita, pues no encajaba en el estereotipo de bellezón hollywoodiense, debiendo su prestigio al buen hacer frente a las cámaras. En el ámbito personal, hace décadas que Olivia de Havilland y su única hermana, la también actriz Joan Fontaine, no se dirigen la palabra. La disputa se hizo patente por vez primera en la gala de entrega de los premios
Oscar de 1941 cuando, estando ambas nominadas, Joan se llevó el premio y rechazó en público la felicitación de Olivia. Sólo ellas conocen los motivos, pero dicen las malas lenguas que ambas son tan longevas porque esperan darse el gusto de recibir la noticia de la muerte de la otra.
De su filmografía, me quedo con Camino de Santa Fé, La Heredera, El capitán Blood, Nido de viboras, La vida íntima de Julia Norris, Robin de los bosques, Mi prima Raquel, Canción de cuna para un cadaver, Si no amaneciera y Lo que el viento se llevó, aunque la guerra que sostuvo en los tribunales con la Warner Brothers, cuando se encontraba en la cima de su carrera, seguramente nos privó de alguna que otra interpretación magistral. Y es que la dulce Olivia, jugándose el tipo en una época en que los estudios llevaban la batuta en las vidas de sus estrellas y tenían poder suficiente para condenarlas al ostracismo, fue pionera en la lucha por los derechos de su gremio. Así, harta de las imposiciones del jefe del estudio, que le obligaba a interpretar papeles que no estaban a su altura o que le encasillaban como mujer ingenua, su negativa a rodar dos películas le acarreó una sanción de seis meses sin trabajar. Al concluir su contrato de siete años, la Warner quiso retenerla aduciendo que había que añadir los seis meses que permaneció sancionada, por lo que no podía marcharse a otro estudio. Finalmente, tras pasar tres años en el dique seco, ganó la batalla judicial y se impuso que, en lo sucesivo, ningún contrato pudiera prorrogarse por cualquier motivo más allá de siete años, con independencia de los periodos de suspensión. En una entrevista concedida recientemente a un periódico británico, la actriz se mostró especialmente orgullosa de aquello, sobre todo por haber beneficiado a sus compañeros ausentes durante el servicio militar.
Además, es una de las pocas actrices que tiene en su haber dos premios
Oscar, a los que suma otras tres nominaciones y dos
Globos de Oro, pero hoy día vive alejada de los focos en su retiro parisino, donde ya sólo interpreta el papel de abuela adorable. ¡Larga vida a Olivia de Havilland!