Dando cumplimiento a mi autoimpuesta penitencia para ver cine de estreno, el otro día me acerqué al pase de Cisne negro en uno de los multicines de mi ciudad. Realmente no están en la ciudad, sino a varios kilómetros del casco urbano, pero no queda otra que coger el coche para sentarse frente a la pantalla grande. En el centro sobrevive un pequeño reducto de las salas de toda la vida al estilo Cinema Paradiso e igual que aquella, acabarán sucumbiendo bajo la piqueta de los intereses económicos.
Pero volvamos a la película, que no me quiero dispersar. La preparación del estreno de "El lago de los cisnes" revela las dificultades que padece la prima ballerina de una importante compañía. Y es que la chica, encarnada por Natalie Portman, tiene serios problemas para soportar la responsabilidad que pesa sobre sus hombros. Obsesionada por la perfección, su sexualidad viene marcada por una madre (Barbara Hershey) que le hace creer que sigue siendo una niña, queriendo manejarla a su antojo y proyectar en ella la prolongación de su frustrada carrera artística. Ciertamente, no comprendo como ésta y otras actrices, en su pugna contra la edad, no sopesan la pérdida de expresividad que provoca en sus rostros el exceso de cirugía estética, pero debe de ser cierto que recauchutarse crea adicción.
Aunque he leído críticas sobre su falta de aprovechamiento estético de la danza, debo discrepar. En mi opinión, la película ofrece unas escenas bastante aceptables en lo visual con la interpretación de "El lago de los cisnes" como excusa, pese a que siempre sea posible sacar a todo un mayor rendimiento.
El otro tema central de Cisne negro reside en las luchas intestinas entre compañeros del mundo artístico por la insaciable búsqueda del éxito. Nada importa para llegar a la cima y todo vale en ese empeño. Quien está arriba queda completamente solo hasta que llegue el momento de caer en el olvido, arrollado por su recambio, nuevo objeto de las iras de su iguales, que no bacilarán en pisarse los unos a los otros para ascender. Wynona Rider, en su breve pero acertada aportación a la película, sirve como botón de muestra de lo que cuento.
La oscarizada Natalie Portman me decepcionó un poco, sobre todo en su faceta de cisne blanco dulce y aniñado y no llego a creer alguna de sus expresiones, aunque debo decir en su favor que me resulta más convincente conforme va avanzando el metraje. Por su parte Vincent Cassel, envidiado marido de Mónica Bellucci, está más que correcto interpretando al director de la compañía.
Como aficionado al cine clásico, no pude evitar, sin caer en las siempre odiosas comparaciones, que algunos momentos me parecieran inspirados por dos cintas tan dispares como Eva al desnudo y Psicosis. Por otro lado, la música toma como base la obra de Tchaikovsky sobre cuya representación gira la historia, por lo que parte con evidente ventaja.
En fin, que aún teniendo la sensación de que la historia podría haber sido mejor aprovechada, no me dejó mal sabor de boca y consiguió que en la sesión de las diez no echara la cabezada de rigor una vez vencido por el sueño acumulado, como tantas otras veces confieso me sucede.